Disidencias recortables y fronteras lúdicas
Como el anarquista y el francotirador, Andrés Nagel apunta literalmente con plomo, en un contexto de resistencia armada - ahora en tregua - al principio de realidad establecido. Aunque parece obvio que no apunta más que al arte del sentido, a la arquitectura de la imagen, a una interacción estética (también ética), dialéctica, de antropofagias y canibalismos desencadenados, que devoran el corazón de la significación con sus propias armas sin servicio. Al fin y al cabo, no es función del arte arrodillarse ante cuaiquier credo, que no sea expresión y espejo del sufrimiento, ni alimentar dependencias ajenas. Pero tampoco ha de explicarse ni explicitarse. El arte sencillamente no sirve a menester alguno, ni es la realidad siempre filtrada por el sadomasoquismo del yo y sus aparatos de propaganda, ni únicamente hace referencia a ella. como queda patente en las obras recortables de Nagel.
Ejemplo: En una habitación de plomo, claustrofóbica en la que se desarrolla nuestra visión contaminada por el peso de los hechos y las hachas, paseamos dentro de un embalaje minimal con neones, que contiene escaparates simbólicos sin finalidad, en perplejo funcionamiento desarticulado. Acaso asistimos a una memoria acotada por los tiempos y los lugares de rigor, de ventanas varadas, fuera de servicio, que no obstante alteran, provocan y encienden otros mitos y otras páginas, que recortan la significación como la línea del cielo en las megalópolis americanas, fuera de escena en la noche, con la opacidad como fondo. Mientras, a este lado luminoso del muro, la presunta realidad oficial se impone y se dibuja.- como escenas de un proyecto compartido con Matisse y William Borroughs, con sus recortes (cut up) y agujeros de luz, se perfila un escenario inédito de correspondencias volubles, establecidas previamente en la superficie de su realidad anónima y desapercibida.
Esta fenomenología existencial fronteriza, afilada y quebrada por las tijeras del sentido refleja paralelamente una relectura del contexto que privilegia la separación, la exclusión, de estos otros artefactos de plomo, como vanguardia de la diferencia, ocultos en el desván como presos de una conciencia todavía reprimida por las versiones de la realidad oficial. A los artefactos apilados, derretidos y desarticulados, no se les pide razón. Se arrastren, se pongan en movimiento, se detengan o
se disfracen en solitario, lo mismo da que da lo mismo: el plomo nunca deja de pesar y no es inmune al desaliento. Su naturaleza excluída no le permite adueñarse de la significación. ni desplazarse por la superficie más que como detenidos de una acción todavía por venir, en ruinas y deconstrucciones, de excavaciones y construcciones originales contenidas en la pesadilla kafkiana de lo cotidiano, en la ruina y el desengaño de lo permanente, en la construccíón de la norma. En la contienda
dialéctica, como gudaris de plomo aplastados por su propia acción, estos artilugios parecen barnizados por un polvo en suspensión en estado de obra (work in progress), en expansión, que patina toda la superficie y nos devuelve un reflejo gris y mortecino a nuestro tiempo ajeno a todas las especulaciones, que atraviesan el filo de lo quebrado y cortado y roto.
Estos solidificados provisionales de Nagel pueden definirse en su hiperrealidad como nosotros y son otros, fuera de contexto, fuera de servicio, en un territorio por conquistar a los tiempos que vendrán que parecen todavía pasados, con el calor que en su fluir funde otros plomos de lo permanente donde el sentido sólo puede saltar por los aires.
BARROTES DE HIERRO. DETIENEN NUESTRO ANDAR PERO NO NUESTRAS IDEAS
Un pie y otro pie, aún detenidos hacen camino. Las ideas no pueden detenerse o apresarse. Sólo se puede encerrar el cuerpo y, consecuentemente, articular desde la legalidad el chantaje de la tortura que supone la privación de movimiento frente al pensamiento y el espíritu vagando materializados a sus anchas, la realidad física institucional, el reino de la apariencia, vive encarcelada mientras el pensamiento reprimido se expande. La cárcel finalmente se constituye en el mejor ejemplo de una autodeterminación sojuzgada, como violencia original por la que la determinación existe. ¿Pero es la obra de Nagel una obra revolucionaria, en un sentido político? Aunque a decir verdad ¿qué sentido no es politico o no inaugura o implica una visión localizada del mundo? ¿La obra de Nagel se articula. desde su contexto convulso. como un ejemplo o crónica paralela, como metarrelato de lo cotidiano?. No podemos dejar de considerar la información de que disponemos por la investigación, aún al margen de la exposición y sus componentes apuntados al inicio. Hay elementos ocultos, pero conocidos, decisivos, que laten igual en su ausencia. Andrés Nagel hace libros de artista, insólitos, múltiples, sorprendentes, a pie de calle, que son verdaderas estampas de su pequeña y grande historia personal, de su particular visión del mundo. Además, Andrés Nagel guarda celosamente en el desván su mirada directa al orbe mediático y sus implicaciones en el devenir político cotidiano, la guarda para mejor ocasión, cuando los ánimos se serenen y el circo pueda desplegarse como tal, sin temor a las represalias o las manipulaciones de los contendientes, con las fieras y los payasos de nariz roja, los domadores y trapecistas. Los saltimbanquis y malabaristas. que reflejan nuestra verdadera apariencia y nuestra auténtica naturaleza irracional, dispuesta a cambiar de cara como se cambia de ropa interior, hoy con cara de póker y mañana con cala de as o cara de envés.
En ese sentido, la obra de Nagel está más cerca del circo de Calder y los acertijos de Alicia, que de algunas tendencias de etiqueta, de las que se sirve a su antojo, como un iconoclasta para traficar con los sentidos afilados de su juego de disfraces en una presunta noche de despojos y muertes vivientes. No hace literatura de su contexto, pero enhebra su inmenso collage a las aristas de su devenir cotidiano y de su historia compartida, extrapolando, dislocando, saturando de lo insignificante lo sustancial. Es una obra muy cómica en el sentido que lo es el Guernica de Picasso. Pero también es una obra incómoda en la medida que precisa, en términos equivalentes, de cierta inocencia y de cierta malicia.
Andrés Nagel no es un hombre de etiquetas pero milita en la disidencia de su autoexclusión. Que no es la torre de marfil sino, mejor, el observatorio. Su guerra, con ser la misma que la de los demás, es otra en tanto en cuanto se reserva una territorialidad fronteriza, espinosa, en la que se incluye toda suerte de paradojas y contradicciones ineludibles en el filo: cárceles minúsculas para piernas gigantes y sombras/alfombras de hierro, en medio de una fauna objetiva propia de un museo abandonado a su suerte y cuyas piezas despiertan de un mágico letargo anónimo, con la pátina de polvo mencionada que ha dejado la onda expansiva de la guadaña a su paso mortal y donde la contemplación del esperpento patrio se erige en praxis discursiva en cortocircuito de lo real.
LA HABITACIÓN DE PL0M0. EL PESO DE LO COTIDIANO
El peso de lo real entre cuatro paredes. Otra vez el encierro anunciado con luces de atención y reclamo. Otra vez el plomo, pero esta vez en casa, rodeando los sueños, y en los intersicios, herramientas y útiles propios de faena y labranza, de violencia natural y de frutos de la tierra, quizá metáforas de extrapolación e insomne recorrido por el inconsciente. arrojado a los pies de su íntima renuncia a una habitación propia. Otra vez a sus pies y a los de vuestras mercedes, en esta corte (cut-up) gris de reverencias y genuflexiones, de cuerpos encorvados que arrastran en su expresión devastadora una historia en tránsito de constituirse. El peso del plomo en la memoria, que pervive como testigo de su ausencia El peso de la amnesia que, según Marx, repite la historia como farsa en una suerte de patología o pattern conductor de su naturaleza. El peso de la gravedad del plomo. El plomo que nos pesa. El peso del espíritu. El verdadero peso.
EN LA RED VIAL. CALLEJERO ESENCIAL DE LA MEMORIA
¿Pero dónde los hombres? Y las mujeres. No habla únicamente Nagel del paisaje. El territorio es preciso a la acción, si ésta ha de tener lugar. El mapa, la territorialidad, se inscriben en el cuerpo de la significación, señalando los limites - otra vez las fronteras - donde se constituyen como sujetos. Pero el lugar no lo entiende Nagel como encierro, ni el límite y la frontera como opacos e impenetrables. La extrapolación de la que hace gala, a la manera de Rauschenberg, fuera de contexto, fuera de servicio, otra vez, añade demasiadas elipsis para dejarse descifrar enteramente, pero viaja a Nápoles y a Califonia. Esta deliberada clandestinidad del sentido y de su obra inédita perviven como aún las entrelíneas, la autocensura, la capacidad de negarnos la libertad de expresión y credo, preservando la condición de sometidos y desplazados en su propio territorio de la mano de las inversiones nominativas de Orvell.
Pero el territorio de estos objetos de arte y estos sujetos de expresión no se circunscribe a su hermosa ciudad natal, a San Sebastián, como quedó establecido, con las voces familiares de las divas sonando y el aire de ópera, de obra, de trabajo compulsivo interminable, a destajo. Ni siquiera queda reducida su geografía al ámbito vasco.
Nagel hace referencia al cuerpo como hace referencia a la geografía, en abstracto y en concreto, a su antojo. aunque conservando siempre el hilo conductor de sus pequeñas historias. que son su historia con mayúsculas y que no le atañen únicamente a él, ni siquiera sólo a los artistas ni a la cultura. También la naturaleza está en juego. Donde pastan las vacas icónicas, sagradas, de la arquitectura original. Y los caballos alimentan nuestro bestiario recóndito, ausente.
Con todo ello, quiero decir que es difícil separar esta obra de su origen cotidiano y, más difícil aún, hacer bandera de ella, ponerla al servicio de cualquier dogmática sanción, de la permanencia, cuando, desarticulada. no quiere presentarse como verdad y elige la renuncia a lo constructivo por la deconstrucción arqueológica de una memoria ausente, de una amnesia perecedera, que se expresa como provisional y transitoria, inconclusa, indefinida, en crecimiento, abocada al proceso kafkiano de su autoconstrucción.
En cualquier caso. no es preciso forzar el sentido para leerlo concomitante con lo real establecido. Nagel nos revela suficientes señales que parpadean y pululan aquí y allá y que más que al sentido incumben a una práctica local - no localista - del arte, que excede los márgenes disciplinarios para adentrarse, como espejo del dolor, en un callejón semántico de denominaciones sordas. sin eco, tan delirante como la propia realidad impuesta por la dictadura de las mayorías autolegitimada para uniformar la disidencia.
Nagel no hace modelos a seguir. Al contrario, no tiene modelos ni los evoca. Casi podríamos decir que se trata de un outsider, si con ello no convocásemos toda suerte de equívocos propios colaterales.