Nagel: la imaginación y el espacio

Juan Malpartida

Andrés Nagel (San Sebastián, 1947), estudió arquitectura, y de esa experiencia hay huellas en sus dibujos, grabados y, probablemente de manera más rotunda, en su concepción del espacio, tanto en sus pinturas como en sus esculturas y objetos. Ciertamente, ese aprendizaje ha sido trascendido y puesto al servicio de una voluntad de forma ajena a todo sentido utilitario.Lo primero que llama la atención de la obra de Nagel es su variedad y su espíritu de búsqueda. No es un pintor de caballete, ni sus esculturas se limitan a la exploración de las posibilidades de la piedra, la madera o el hierro: es un artista con alma de bricoleur que curiosea lo mismo en los museos que en los baratillos.Recorrer su ya larga tarea (más de treinta años de producción, con obras en colecciones y museos importantes) es asistir, por un lado a su lectura de la tradición, de la que luego diremos algo, y por otro lado al abandono incesante de caminos para encontrar su propio camino.Esa búsqueda a través de los materiales y de las formas, de las rupturas de las, tradicionales concepciones de cuadro y obra, caracteriza la aventura artística de Nagel hasta el punto de que se podría afirmar que sólo es fiel a esa búsqueda del objeto, de la imaginación y el espacio.Muchos artistas se hubieran quedado durante años explorando, por poner sólo un ejemplo, la “serie” de músicos. Es cierto que se podría decir que esas obras forman parte de lo mejor de su producción, pero no se podría afirmar que son representativas de su trayectoria, a pesar de su importancia, porque lo característico en Nagel es la tensión entre la obra lograda y el nuevo espacio a indagar, siempre inédito. Esta tensión entre las partes y el todo, entre los logros y la búsqueda incesante creo que señala una actitud esencial del artista vasco: su afirmación del instante, de que la tarea creativa se basa, en su caso, en una exaltación del nuevo objeto, del que la imaginación es capaz de descubrir hoy situándolo, siquiera sea hasta la llegada de otra obra, en el centro de su atención.Fernando Huici ha hablado de «delirio metafórico» en relación a Andrés Nagel. Hay que añadir que ese delirio es crítico y que sus metamorfosis lo son, en muchas ocasiones, de obras ya existentes: Nagel toma ciertas obras y las transforma, las vuelve a leer, en ocasiones en dirección contraria.En este sentido, y en su carencia de centro - salvo el que hemos señalado - se podría hablar de actitud barroca; pero sólo para acosar a una obra que constantemente se escapa a las clasificaciones. Andrés Nagel somete su metamórfica mirada, al espacio real y a sus metáforas (obras de arte); una mirada que es además irónica, capaz de parodiar incansablemente. Quizás se podría afirmar que su manera de ver las tradiciones artísticas es paródica, irónica, como si no pudiera reconocerse en ninguna de las preexistentes pero tampoco pudiera creer en obtener una visión determinada de su propia invención Su mirada capta objetos y procesos que se transforman en obras que expresan pesimismo y gusto por el juego.Hijo de la modernidad al fin y al cabo, Nagel abandona sus resultados en otras miradas, en otros objetos y gestos, traficante del espacio.