Nagel

Julián Gallego

Nagel es un estallido de cristalina sonoridad, que hubiera encantado a los escritores modernistas (J. R.J. hubiera escrito Najel) y que se presta, como Oscar, a diversas versiones fonéticas en grave o en agudo; tal como lo escribe su propietario, sería agudo y rimaría con Bajel, Pastel, Vergel, Luzbel, Cimbel, Babel, Cascabel, Zorobabel, etc.; si se considera llano o grave, como suelen pronunciar los admiradores, es de rima mucho más difícil y, salvando las consonantes, cabe emparejarlo con Angel, que tampoco esta mal.

Como Andrés es palabra aguda, para la fonética va mejor la versión llana, que reparte los acentos con buen ritmo; una preposición de, que aparece y desaparece según los catálogos, yo la suprimiría, porque suele llevar consigo supuestos de aristocracia y sólo se justifica cuando el nombre queda cacofónico (como es el caso de Francisco Goya, con esas oo seguidas que salva un oportuno de.

En todo caso, esa designación de un artista que a los cuarenta justos es famoso sin perder por ello su libertad (que no hay que confundir con libertinaje) es casi milagrosa, y, con todas las asociaciones de ideas a que sus rimas convidan, resulta idónea al personaje, que es capaz de vivir entre perros y vacas (unos de plástico otros de carne y hueso, pero tan vivos unos como otros) en la concurrida soledad de un caserío donostiarra, plagado de todo aquello que Andrés (que es casi Andersen) ha visto por esos mundos y en especial en las terrazas de la Avenida, en las barandillas de la Concha y en los pretiles del Paseo Nuevo, que, como su nombra indica, es uno de los más antiguos de la ciudad y al que tradicionalmente se asoman las olas para ver a los transeúntes neorrománticos que hablan con unas sirenas ni carne ni pescado, muy de acero corten.

Desde su caserío, este kashero-sui-géneris-gentleman-apenas-farmer goza de una visión global (como de Antequera Azpiri) de la sociedad, tanto en sus desenvuetos andares como en sus íntimas diversiones, en ocupaciones trascendentes como abrir una puerta, convertirse en cuadrúpedo, muletear a un toro (y eso que ahora ya no se pueden ver gratis las corridas desde la cima del monte), orinar o mas bien mear con el casto impudor del Mannekenpis, dormir la siesta, tañer instrumentos, bailar -pas de deux- ver la tele, aburrirse (lo que nunca le acaece a Andrés y por eso le resulta tan divertido), lanzarse al agua, pagar impuestos, discutir con centauros, cocinar, comer lo que cocinan los expertos, tender ropa, matar dragones, leer naipes, lucir galas o encantos, abrazar mutuamente, prepararse para ir a la luna este fin de semana, pasear en vaca, piruetear para hacerse el interesate, cambiar de chaqueta, fumar, reparar el coche y hasta pintar cuadros.

Todo eso Nagel lo revuelve todo bien revuelto en la minerva scura de su mente (que es más bien un electrodoméstico que bate, pica, tritura y exprime) y lo sirve bien frío, pero sin perder el calorcillo interior que le da vida. Con poliéster y otras porquerías, este fabuloso ropavejero levanta monumentos al gorrión desconocido, edita a un solo ejemplar libros repletos de lagartijas y mariposas, que se echan a volar si los abrimos y, cuando le da por ser Durero y Holbein, ejecuta los mas meticulosos y magistrales aguafuertes. Los sábados hace la limpieza, saca la vaca de la biblioteca, riega bien la alfombra con la manguera y con lo que le queda en el cesto compone unos “collages” para morirse, no se si de risa o de asombro Y cuando lo véis en Kassel o en Chicago salir de su desvencijado 2 HP (recién llegado de San Sebastián, vía los Alpes), os parece que no ha roto un plato en su vida.

Si escribiera que Nagel es el paradigma del artista lúdico creador de un arte efímero en su esencial perennidad habría logrado emplear en una sola frase todos los lugares comunes a la moda, varias palabras que sonrojan a quien se atreve a escribirlas, ya que no hay quien las pronuncie Nada más triste que llamar lúdico a lo divertido Nada más trillado ultimamente que estudiar “de oídas” aquellas manifestaciones del arte - fiestas, cortejos, ceremonias, bailes, etc, definitivamente concluídas. Y el caso es que no cabe duda de que gran parte del ingenio creador del hombre (y de la muier todavía más) se ha esfumado en invenciones de ese tipo, hechas para vivir 1~ que el hombre vive: el tiempo de un sueño, que a veces es pesadilla. Pero lo extraordinario de Nagel es que organiza esos festejos en acero corten, con lo que no hay rayo que los parta. En realidad, el mayor esfuerzo del artista, a partir de Altamira y Lascaux, ha sido detener lo fugaz, petrificar lo perecedero. Lo malo es que en esa operación suele perderse lo vital, dejando lo existente con aspecto de momia o de animal disecado. Nagel no se siente taxidermista, como no sea en ocasiones, para contradecirse, que siempre es un buen ejercicio (mucho mejor que contradecir al prójimo): quiere las cosas (que más que cosas son seres, humanos o no ) vivas y coleando. Pero resulta que los móviles no acaban de interesarle, por obvios, porque estrangulan la imaginación del público (como la TV) dándole todo hecho..., y mal, en general. Asi que tiene que volver al museo (Lo que no es tradición, es plagio ,-Xenius dixit- ) y hacer que los objetos fijos e inmóviles nos den las condiciones y datos necesarios para que nuestra inventiva los ponga en movimiento. Ello se logra gracias a unas técnicas que más que mixtas merecen llamarse basureras (pese a que es un muchacho muy limpio, y nada suyo destiñe ni exuda), en las que intervienen los materiales más dispares (óleo, arena, paja, grabados, “collages” de papeles y telas, aguatintas, fibra de vidrio, poliéster...) que dan a sus exposiciones el aire misterioso de los contenedores que hoy entreveran nuestras vías públicas de yuxtaposiciones dadaístas, ante los cuales palidecen el paraguas y la maquina de coser de Lautréamont, avergonzados de repente de haberse citado tan razonablemente, sobre una mesa de operaciones Hay un permanente gusto ,por lo paradójico, dando lo duro por blando, lo inerte por dinámico, lo táctil por ilusorio, lo inmaterial por macizo.

El tema del cuadro dentro del cuadro que (como demostré en un docto estudio) en el arte anterior servía de lógica secreta, de explicación para pocos, sirve a Nagel para dar una movilidad aun mayor a una escena tan absurda y convencional como la vida actual; estamos plagados de invasores, que irrumpen en nuestra intimidad de sala de espera con visiones, sonidos, olores incongruentes.

Se acabó lo que se daba generosamente: el aburrimiento, creador de tantas obras maestras, desde las Geórgicas de Virgilio al Ulises de Joyce. En lugar de esfuerzos de titán como los de Leonardo o Miguel Angel, por eternizar sus doloridas abstracciones, los Leoncillos, Miguelitos y Angelotes de hoy dejan sin concluir sus realidades. De Julio César cuentan como gran hazaña que era capaz de cabalgar, dirigir una batalla y dictar sus memorias simultáneamente: hoy con esos méritos no lograba ni un puesto de conductor de autobús. Somos capaces de un simultaneismo que no ya poco a poco como el de Delaunay, sino que se derrama encima de la cabeza y restos de nuestra envoltura carnal como se vuelca una papelera. Nagel ha conseguido expresar la prisa en que nos debatimos como espermatozoos sin óvulo a la vista en la paradójica quietud de sus inquietos personajes.

Su técnica es tan mixta como mixtilínea (y eso lo digo para que no crean que me chupo el dedo en terrenos técnicos) y tan pronto se contenta con dos dimensiones como se sale del cuadro y se mete por la tercera con la insolencia de un «rockero" que se cuela de rondón en el campo de fútbol pueblerino donde se celebra un concierto de sus desconcertantes ídolos. Vemos en su muestrario de realidades imposibles , pero que ahí están) espejos que simultáneamente reflejan lo que tienen delante y detrás; personajes de recortable a la Öyvind Fahlström, como de sección infantil de revista; toreros y músicos que nos hacen faenas por partida doble y hasta triple y en los que el trasnochado Juego de los Siete Errores asume inauditas perspectivas; siluetas y sombras mucho más tangibles que el cuerpo o manos que las proyectan, y que llegan a girar y hasta a independizarse, como nunca jamás logró una sombra. Ya dijo Calderón aquello de qué, .”en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son aunque ninguno lo entiende”. Y los personajes de Andrés con sus objetos de bazar, de palacio, de granja agrícola o de taller de reparaciones, con sus dimensiones, perspectivas, jaspeados y perfiles variopintos, no se privan de ello, Como ya ha sucedido anteriormente en algunos pintores vascos (pienso en Larroque, en Olasagasti, sobre todo en Ucelay), cabe olfatear en Nagel cierto olor (entre whisky y pipa de brezo) que deriva (a la deriva) del Reino Unido. Cabría hallar en el victorianismo suburbano de Andres parentescos con Hamilton, con Allen Jones, con David Hockney, con Peter Blake. Pero, al mismo tiempo, lleva una carga eléctrica, transmitida por alambre de espinos, del corrosivo y plebeyo humor celtibérico en sus deformaciones de revista «underground”, de “comics” aspaventosos, de tebeos atroces, que nos brindan la cara opuesta de la medalla, lo más irreductible del machismo, recortado en pliegos de aleluyas y en hojas de calendario. Aunque, hagamos lo que hagamos por ensanchar las redes donde queremos
cazar este errabundo y caprichoso talento, nunca conseguiremos definir a Nagel, transformista de sus propios fantasmas. Este aspecto salvaje e indómito no es más que una de las facetas de este Proteo, que no deja nada al azar, componiendo sus espectáculos con el primor de un director de “Living theatre”, que calibra los escupitajos de sus comediantes para que caigan, exactamente en el ojo derecho del señor de la fila dos. Su infinita paciencia, el rigor de su formación y de su trabajo se aprecian con mayor evidencia en su obra grabada.

En esos aguafuertes y aguatintas, dentro de un neo-neoclasicismo muy de secesión vienesa, Andrés nos demuestra que no necesita recortar láminas ajenas Como hacía Max Ernst para conseguir el impacto de lo incongruente entre lo académico y lo irracional. En sus series o historias grabadas, tales como los treinta aguatuertes de Medea (1978), los cinco de “Figuras sentadas” (1979), los veintiuno de “Tira de la cuerda, corazón" (id), las diez llustraciones (1981), se siente la misteriosa tensión de la “Historia de un guante” de Max Klinger. Más adelante, esas colecciones adoptan un lenguaje libre, una tipología de acuerdo con el estilo de recortables de los cuadros, sin perder el secreto: “Los pelos de la lenguan” (5 aguafuertes, 1981), el “Dragón sin San Jorge” (diez aguafuertes, 1983), el “Catálogo de escultura” en doce partes (1983 84), “llustración” (siete aguatintas, 1985) o el “Calendario”, de 1987 (trece aguatintas) son la prueba.

Al contrario de lo que realiza en esas estampas, una imagen de “collage” sin solución de continuidad sobre un papel único, Nagel es muy capaz de aplicar los más heterodoxos pegamentos en un cuadro o en una escultura. No hay modo de encasillarlo ni de eludirlo. ni siquiera de olvidarlo porque además de arquitecto es diseñador y experto en publicidad, autor de algunos de los carteles y portadas mejores de nuestro tiempo. Astutamente, realiza «posters” de sus exposiciones lo que priva al inocente ciudadano de la libertad de no acudir a ellas. En fin, que si hubiera de colocarlo en su estante idóneo según el sistema decimal que la critica emplea con frecuencia respecto a artistas mejor educados, habría que buscarle sitio en un nudo de una rama del arte (aunque sin esperanzas de que anide) salida a contrapelo del “pop”, más que crítico, espasmódico y adefesial (vocablo novedoso) que entrevera lo convencional con Io nunca visto con furia carcajeante y ante el que huelga toda explicación y toda huelga, como no sea de brazos caídos. Ya el discreto lector que haya arrastrado hasta aquí penosamente su atención se habra percatado de ello. Yo me hubiera abstenido, como me abstengo de explicar “EI jardin de las delicias”. del Bosco con un puntero si el propio interesado no me hubiera invitado a inaugurar este catálogo. Allá él con su conciencia. Al público (que de ser cierto el axioma de Oscar Wilde, “Life imits Art”, va a ser de pánico) le toca ahora aportar su granito de arena, que hasta puede ser un puñado, una paletada de granos para tratar de incluir a Andres (de) Nagel en la historia del Arte en fascículos, a riesgo de asfixiarlo bajo las dunas de la lógica. Pero él siempre saltará como una pulga de playa, pulga, eso sí, limpia y perfectamente amaestrada.